¿Por qué seguimos las tendencias?
¿Por qué seguimos las tendencias? Art by Magela Giorgi
No es novedad que la influencia de los otros influye mucho en cómo actúo, la decisión de la música que escucho, cómo me visto, incluso como pienso, aún cuando no hay nadie presente. E algo que tenemos interiorizado, nos referenciamos e inspiramos en otros para sentir la pertenencia en este mundo social. Y las modas no son la excepción. Las seguimos porque somos seres sociales. Pero el ser humano es un bicho mucho más complejo que los otros seres de este planeta. Llega a niveles de sofisticación tales que cuesta darnos cuenta a simple vista por qué de golpe nos comportamos todos similar frente a una tendencia, buscando consumirla.
Vamos a deconstruir un poquito más esta idea capa por capa para entender qué es lo que realmente ocurre en nuestro complejo proceso de identificación.
Recorramos los tres niveles y el bonus track:
Nivel 3. Principio de conformidad Seguir una moda justifica el Principio de Conformidad, que afirma que todos preferimos ser percibidos de una forma positiva antes que negativa, incluso alguien a quien los demás no le importen demasiado. Este principio explica que frente a un líder que admiramos o frente a una mayoría sentimos una presión para ser aceptados e integrados a esa lógica dominante y por ello cambiamos o modificamos nuestras formas originales. Aplica a tendencias, modas, ideas políticas, grupos de WhatsApp. Cuanto más masiva la tendencia, más masa rebaño nos ponemos.
Nivel 2: Mecanismo de defensa. la Confluencia.
Todo arranca temprano en nuestras vidas, cuando queremos formar parte de un colectivo. Existe un mecanismo de defensa que plantea Fritz Perls que se llama Confluencia. Se trata de cuando queremos pertenecer a un grupo y en este afán perdemos el borde entre el afuera y el adentro. Ya no queda claro qué realmente quiero, con qué conecto, qué es mío y qué es del afuera. Este mecanismo es bien típico en la adolescencia, cuando estamos en busca de definir nuestra propia identidad, pero lo cierto es que lo usamos muy frecuentemente, sobre todo al seguir las tendencias. El tema acá es que el mecanismo de por si funciona desdibujando el borde que separa el afuera de mi y si sostenemos este mecanismo permanentemente corremos el peligro de borronear los límites y perder identidad. Ojo acá con no salir de este mecanismo. Obviamente qué hay niveles, no todos confluenciamos de la misma manera. Y tampoco todos tenemos el deseo de convertirnos en líderes y marcar tendencia.
Nivel 1: La base. El Instinto gregario.
Esto explica muchas cosas. Llegamos al mundo con el instinto gregario que nos indica que debemos seguir las tendencias, las manadas, formar parte de una agrupación porque sino sobrevivir puede ser difícil. Imaginate si en la prehistoria no se hubieran agrupado no habría humanidad, por eso es un instinto que sostuvo a nuestra raza toda la vida.
Nivel 0: El apego. La mirada del Otro. Acá sí nos vamos al hueso. Otro con mayúscula como decía Lacán. Este nivel es el primario primario, que sostiene todo lo que somos y hacemos. Cuando nacemos lo más importante del mundo es el apego de un Otro que por lo general, es una madre. Y ahí en ese vínculo, es en la mirada que se juega todo. Ser visto por el otro, que me sostengan la mirada es la vida. Y eso en el mundo adulto se traduce en la necesidad de que me miren, al miedo a ser invisible. La moda tiene este componente de que nos da un Ayudín para volvernos más visibles o vistosos cuando estamos bien cerquita de la tendencia. Bueno bárbaro lo de los niveles. ¿Y ahora qué hago con toda esta información? Te escucho decir bajito. Como todo, cuando algo se rigidiza podemos enfermarnos. Entonces te invito a pensar cuál es tu relación con las modas. Entender cómo nos vinculamos con las tendencias, como confluenciamos y dejamos de hacer cosas consecuentemente con nuestro deseo, prestar atención para que no se naturalice en nosotros. Qué valor le damos a la mirada del Otro, qué límites ponemos para que e esa mirada no nos condicione y dejemos de ser nosotros mismos. Conocete, ahí está la clave.
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